viernes, 30 de julio de 2010

Ritmos sociales- Dinámica de concepto

El ritmo social tiene su origen en el principio egoísta del hombre. Según el principio egoísta, el hombre es ser social porque le beneficia como individuo y hace que la tarea de mantenerse sea menos ardua, por lo que la comunidad es un instrumento artificial. Si yo trabajo en la oficina de correos es porque tengo por seguro que otra persona está trabajando en el campo para administrarme el alimento para mi sustento, de lo contrario, carecería de sentido trabajar en la oficina y mantener las relaciones que tengo para asegurar dicho puesto que sustentan a mi familia. Ahí es donde reside el ritmo social, en lo que se espera y en lo que se tiene que tener para todo, por ejemplo, del agricultor se espera que cultive y de mí que ordene documentos, pero también es necesario que yo tenga aquello que es “propio” de mi posición, como un coche, un traje, etc. Todo lo que esté fuera de eso no encaja en el “plan social”, si yo en vez de coche tuviera tractor y el agricultor en vez de tractor tuviese coche, ¿Seríamos oficinista y agricultor? Si nos ponemos en la piel de los susodichos, sí lo seríamos, pero para la sociedad no sería así, porque si lo fuera no te extrañaría ver a un oficinista en un tractor yendo a su trabajo. Muchos podrían afirmar que es la no costumbre la que les ha hecho pensar así, esa costumbre que crea verdades sociales que compartimos todos y viajan a través de los ritmos sociales, esas “verdades” que privan al hombre de la individualidad para colectivizarlo y humanizarlo.

Por tanto, lo que llamamos verdades ¿No se trata, en realidad, de unas costumbres generalizadas? Y si fueran costumbre, éstas… ¿Simplemente está legitimizadas por un “globalidad”? Y si la “globalidad” es la verdad hecha costumbre… ¿Es legítimo llamar libertad a la verdad? O la verdad cómo una imposibilitadora del libre albedrío de nosotros como individualidad.

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